Pues sí, empiezo en francés porque parece que me he cambiado de país y haya aparecido por arte de magia en gabacholandia, quiero decir... Francia. Pero bueno, eso lo explico dentro de un rato. Lo primero que hice fue tomar el tren desde Toronto hacia Montreal, con salida a las 09.30 y llegada en 5 horas. Los trenes de Canadá son feos por fuera y no demasiado rápidos (comparados con un AVE, claro) ni ponen pelis. Pero son puntuales, cómodos y, sobre todo, tienen WIFI (al menos el de Montreal). La ruta se realiza bordeando el lago Ontario que más que un lago parece un mar, parecía que estaba en Valencia, qué de agua, si es que no se ve el otro lado.
Al llegar a Montreal, lo primero que llama la atención es el idioma. Sabía que la parte este de Canadá era francófona, pero no tanto, leñe. Esperaba ver por la calle a gente hablando en francés e inglés (tipo Cataluña, vamos), pero no, todo era francés. Y parece ser que tuve suerte porque, dentro de lo que cabe, Montreal es bastante anglófona, es decir, si hablo en inglés todos me entienden. Pero hay otras partes de Quebec que tendrían dificultades en comunicarse conmigo, pardiez. En realidad los dos idiomas son oficiales y es obligatorio dominarlos si vas a trabajar en cosas públicas, pero si no... cada uno habla lo que quiere.
Una de las características de Montreal, y del resto de Canadá, la verdad, es la mezcla de edificios muy modernos con edificios antiguos. Y con "antiguo" me refiero a máximo 200 años. De hecho la provincia de Quebec es de las más antiguas de Canadá y algo se nota en el tipo de construcciones. A medida que me adentre al oeste, cada vez será todo más nuevo.
Por la mañana me hice a una excursión a patita al parque Mont-Royal, un sitio muy bonito que está en un monté en la parte norte de la ciudad. Al llegar allí es como si la ciudad no existiera, la verdad es que es muy relajante. Después de subir por unas escaleras infernales, frecuentadas por muchos deportistas (están locos), se llega a un mirador desde el que se ve toda la ciudad.
Cuando subí todos los escalones levanté los brazos en pose de victoria y exclame aquello que decía "Rocky": "¡no siento las piernas!"... ¿o eso era Rambo?
Desde el mirador se ve Montreal-tontero.
Al caer la noche me acerqué al estadio olímpico donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1976 (¡cuando nació mi hermano, ¡ole Gitto!). La verdad es que da un poco de acojone porque el metro te deja en una zona oscura en la que hay una o ninguna persona alrededor. Luego me he dado cuenta de que todo es un poco de psicosis española de que te van a hacer algo (aunque pensándolo bien, a mí en Madrid, por ejemplo, no me han atracado nunca... hay que meditar sobre eso). Las instalaciones son muy modernas y la piscina estaba abierta, daban ganas de pegarse un chapuzón.
La entrada al recinto olímpico. La torre esa alta se ha convertido en un símbolo de la ciudad.
La piscina es muy chula y olía a cloro, me recordaba cuando iba a las clases de natación de pequeño.
Y eso es todo por hoy, mañana seguimos con Montreal y algunas curiosidades culinarias.
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